En un escrito anterior hablaba de lo mucho que me gusta la lluvia, y hoy en un día lluvioso igual que aquel en el que hice el primer escrito quiero recordar algo que me hacia y cada vez que lo hago me hace muy, pero muy feliz. Esa simple pero tan divertida actividad, es bañarme bajo la lluvia.
Cuando estaba pequeña me enfermaba muy fácilmente, así que tenía que rogar mucho para que me dejaran salir a jugar bajo la lluvia. Les juro que lo amaba, me sentía tan libre, y de eso se trata ser niño, ¿no?… De sentirse libre y en paz, protegido y seguro.
Recuerdo que lo hacía con mi hermana. El simple hecho de sentir las gotas de lluvia sobre mi cara me daba la sensación que de alguna manera todo era posible, que el mundo estaba a mis pies, a mis pies descalzos.
Si, mis pies descalzos, yo odiaba usar cualquier tipo de calzado, recuerdo siempre andar descalza, incluso fuera de la casa, cosa que ocasionó varios incidentes dolorosos. Imagina ir caminando en el piso de cemento rústico y de pronto tropezar con tu dedo mayor. No fueron una ni dos las «chapas» del dedo llevadas en el proceso en que intentaba convencerme que debía usar por lo menos chancletas.

Recapitulando…La lluvia en la cara y el pelo, eran lo máximo. Yo siempre he tenido el pelo rizo y mami odiaba que me mojara el cabello con agua de lluvia, porque eso significaba tener que lavar y peinar aquel «pajón», que hoy en día gracias a Dios, aún conservo.
La última vez que lo hice hace más de un año, fue tan gratificante, por un instante me sentí como aquella niña libre, otra vez. Por un instante olvidé cualquier problema. Por un instante sentí paz, libertad y emoción al mismo tiempo, me sentí yo.
Recordarlo, el sólo hecho de hacerlo me pone nostálgica, porque quisiera sentirme así siempre, quisiera sentirme como cuando bailo bajo la lluvia. Quisiera ser niña otra vez y no es que no hayan esos momentos en que me comportó como tal y empiezo a reírme como foca con mi papá y mi hermana, pero ese que sólo puedo experimentar durante los días lluviosos es especial.
Quiero recordarles que nunca es tarde para sacar al niño que llevamos en nuestro interior. Has algo que te emocione, que te transporte a los tiempos y lugares donde fuiste más feliz, donde no importaba nada, dónde nuestra única preocupación era que había de comer y que nos dejarán salir a jugar. En mí caso, salir a jugar pelota con los chicos cuando se llevaban los frutos de las parcelas. Qué buenos día aquellos.
Hoy no me lanzo bajo la lluvia porque tengo una gripe infernal, pero no saben el deseo que tengo. Espero con ansias el día en que pueda hacerlo otra vez.
Nunca pierdan esa ilusión y capacidad de asombro. La vida necesita ser vista desde una perspectiva más despreocupada de vez en cuento. Nunca olvides al niño que vive dentro de ti. Es tú escencia.
– FACINGLIFE 💛✨